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Brasil en la crisis de Venezuela: mucho ruido y pocas nueces

Alexander Busch
21 de febrero de 2019

Brasil no está cooperando decididamente con la Ayuda Humanitaria para Venezuela. El gobierno de Bolsonaro evita el riesgo de un conflicto militar con Venezuela.

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Una familia de refugiados venezolanos en Boa Vista, Brasil.
Una familia de refugiados venezolanos en Boa Vista, Brasil.Imagen: Reuters/N. Doce

El puente Tienditas, entre Colombia y Venezuela, está cerrado desde hace dos semanas: dos contenedores y un camión cisterna bloquean el paso a lo largo de sus tres vías, en el lado venezolano. En la ciudad fronteriza de Táchira, Venezuela, nadie sale a la calle después de las 8 PM. Soldados y vehículos militares venezolanos patrullan por toda la ciudad. El régimen de Nicolás Maduro también ordenó bloquear el tráfico hacia las islas de Aruba, Bonnaire y Curação.

Aviones de carga aterrizan todo el día en Cúcuta, la ciudad del lado colombiano, llevando alimentos, medicamentos y aparatos médicos de Estados Unidos, Europa, Colombia y otros países de América Latina. Cien millones de dólares en donaciones habrían prometido varios países, incluido Alemania, dijo Guaidó en una conferencia de la Organización de los Estados Americanos (OEA). La idea es que dichos suministros sean llevados a Venezuela desde Colombia, el Caribe y Brasil este sábado 23 de febrero. 

Brasil, dispuesto a ayudar, pero no mucho

En Brasil empero, los preparativos para la entrega de ayuda se demoran y son poco entusiastas: apenas el martes pasado, el portavoz del gobierno, Otávio Rêgo Barros, dijo que Brasil brindaría "ayuda logística" a la oposición venezolana para que los suministros puedan ser recogidos en las ciudades fronterizas brasileñas de Boa Vista y Pacaraima, en el Amazonas. Sin embargo, el transporte sería organizado y llevado a cabo por venezolanos, dijo el exgeneral. En los medios de comunicación brasileños se dice que especialmente los militares en el Gabinete de Bolsonaro no están de acuerdo sobre cómo Brasil debería participar en las actividades de ayuda humanitaria.

La moderación asombra, toda vez que durante la campaña electoral, el derechista Jair Bolsonaro no ahorró insultos contra el régimen de Venezuela. Por eso, no extrañó que Bolsonaro fuera uno de los primeros presidentes en América Latina en reconocer a Juan Guaidó como el legítimo presidente de Venezuela, junto con los gobiernos de Estados Unidos y la mayoría de los latinoamericanos.

Miedo a un conflicto en la frontera

El ambiente es de tensa calma. La situación es explosiva. "Todo puede salirse de control rápidamente", dice Luis Vicente León, del instituto demoscópico Datanalisis, en Caracas. El mayor riesgo es involucrarse, o dejarse involucrar, en un conflicto con los militares venezolanos. Por esta razón, el Gobierno de Jair Bolsonaro se muestra tan reacio a participar en las operaciones de socorro. Brasil tiene una frontera con Venezuela de 2.200 kilómetros de longitud, en gran parte, sin vigilancia. Cualquier conflicto en el Amazonas sería un gran desafío logístico para los militares brasileños, que difícilmente podrán ganar.

En la crisis de Venezuela, Brasil está condenado a un papel secundario. Brasil, cuando era una potencia regional en América del Sur, fue solo un espectador de cómo Hugo Chávez, y desde 2013, su sucesor, Nicolás Maduro, socavaron la democracia en Venezuela durante dos décadas, llevando al país a la peor crisis económica y humanitaria de su historia.

Los gobiernos de izquierda de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil (2003 – 2015) no solo toleraron el desmontaje de la democracia en Venezuela, sino que muchas empresas brasileñas hicieron jugosos acuerdos con el país caribeño, en los tiempos en los que Venezuela vivió el auge de los altos precios del petróleo y disponía de muchas divisas.

Patio de juegos para grandes poderes

Ahora, Brasil ha abandonado completamente el papel de potencia regional en América del Sur, obligado por la grave crisis política y económica, que comenzara en 2014, con el escándalo de corrupción Lava-Jato y siguiera con el juicio político contra la presidenta Rousseff.

El vacío de poder regional fue rápidamente llenado por las principales potencias: EE. UU., Rusia y China, que ahora están decidiendo cómo continuarán las cosas en la crisis de Venezuela. "Sudamérica se ha convertido una vez más en un campo de juego para las grandes potencias", dice Oliver Stuenkel, profesor de relaciones internacionales en la Universidad. de la Fundación Getúlio Vargas en São Paulo. "Ni Brasil y ni los demás países sudamericanos tienen algo que decir en la región".

Sin embargo, esto no evitaría que el gobierno de Bolsonaro celebre un posible cambio de régimen en Venezuela como una victoria para su nueva política exterior conservadora. Stuenkel concluye que: "ese sería un triunfo para Bolsonaro a pesar de sus pocos esfuerzos".

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(jov/er)

 

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